sábado, 16 de julio de 2011
Lo que ya no tiene nombre
Érase una vez en mi pueblo que un señor de toga y martillo a quien todos llamaban juez, condenó a un hombre por decir la verdad.
A decir verdad, decir sencillamente la verdad, era para él llamar a las cosas por su nombre.
Al pan, lo llamó pan. Y al vino, lo llamó vino.
Pensándolo mejor, no hago más que repetir lo que todos ya conocen.
Sin embargo y ahora que lo pienso, la gente de mi pueblo no ha hecho otra cosa que repetir por décadas lo que pregonan los diarios, los locutores de la radio local, el cura, la maestra, el sargento de policía, y todos sin advertir el engaño.
Primero fue el cura, que al beso lo llamó pecado.
Después llegó la maestra, y al traidor lo llamó héroe.
Algunos no les creyeron, pero el sargento dijo basta, y todos entendieron que estaba diciendo muerte.
Los locutores se asustaron, pero al miedo lo llamaron sentido común.
Después vinieron los diarios, la radio, la televisión y contaron la noticia como siempre suelen hacerlo.
Ahora, yo que apenas conozco una pocas palabras, escribo estas líneas en voz baja porque no quiero ser el hombre aquel que fue condenado por decir sencillamente la verdad.
Es decir, lo que ya no tiene nombre.
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