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Mostrando entradas de diciembre, 2009

A HARD RAIN`S A GONNA FALL (traducción anónima)

La poesía de Bob Dylan sigue siendo irrompible, a pesar del tiempo y de las traducciones. La que muestro a continuación sin embargo, no está tan mal, me parece. A hard rain's a-gonna fall (Una dura lluvia va a caer) Oh,¿Dónde has estado mi querido hijo de ojos azules? ¿Dónde has estado mi joven querido? He tropezado con la ladera de doce brumosas montañas, he andado y me he arrastrado en seis autopistas curvadas, he andado en medio de siete bosques sombríos, he estado delante de una docena de océanos muertos, me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio, y es dura, es dura, es dura, es muy dura, es muy dura la lluvia que va a caer. Oh, ¿Y qué viste, mi hijo de ojos azules? Oh, ¿Qué viste, mi joven querido? Vi lobos salvajes alrededor de un recién nacido, vi una autopista de diamantes que nadie usaba, vi una rama negra goteando sangre todavía fresca, vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban, vi una blanc

Joaquín y Benjamín, poetas consonantes

Confieso que no esperaba demasiado de “Vinagre y rosas”, el último disco de Joaquín Sabina. No porque considerara que su inspiración estuviera agotada, para nada. Pero pensaba yo: “-¿Con qué más me puede sorprender este tipo?”. Uno llega a escuchar tanto que cree que eso que algunos llaman “capacidad de asombro” es un músculo cansado que ya no responde a los estímulos externos. Sin embargo, tanto me atrae la obra de Sabina que no pude resistir la tentación de conseguir por todos los medios el disco, incluso antes de que se editara en Buenos Aires. Porque si hay que nombrar a un autor que sintetice en toda su obra las dos corrientes principales del verbo cantado, es decir, la poesía de libros y la juglarezca, hay que decir Joaquín Sabina. Como si hubiera empalmado el Nilo y el Amazonas en un nudo, Sabina ha logrado converger en un solo y tumultuoso caudal toda la lírica de la era moderna; desde Quevedo hasta César Vallejo, pasando por José Alfredo Jiménez, Leonard Cohen, Discépo

Aquellas hermosas canciogasiones (O cuando Rosario fue la capital de Buenos Aires)

Mis primeras imágenes de Rosario son, allá en un tiempo ahora lejano, una estación de tren y la calle Cafferata en dónde el tío Natalio tenía una colchonería. “Todos somos hijos de la historia”, decía alguien. Hijo, o mejor dicho nieto de “rusos” chacareros, a mí la historia me parió porteño por culpa y gracia de mi abuelo materno. Sus cuatro hermanos inmigrantes habían echado rápidamente raíces en las quintas de Funes y en los distintos barrios rosarinos, pero mi abuelo encalló su barco en los conventillos de San Cristóbal y en los cabarutes de 25 de Mayo, por lo que cada vez que teníamos que ir a visitar a nuestra parentela, al abuelo había que desamarrarlo del Obelisco. Pero era cuestión de subirse al tren en Retiro y apuntar nomás la proa para el lado de Rosario. Luego llegaron los años de la adolescencia, el abuelo partió de nuevo, pero esa vez nunca más lo volvimos a ver. Y así Rosario me quedó en la postal de las pibas del barrio Etchesortu, en las ásperas tenidas futbole

Soplando en el viento

El mismo León Gieco reconoció en público alguna vez con inocultable sinceridad, que su primera canción (“Hombres de hierro”) era algo así como un “robo” de “Blowin in the wind”. Mi hijo Julián me ha hecho notar también, y para mi sorpresa, que la banda argentina Los Guasones, es beneficiaria de algunos “afanos” por el estilo perpetrados contra las canciones de Dylan. Otro tanto, me parece a mí, le corresponde a Andrés Calamaro, y no creo que a él lo ofenda esta imputación, sino todo lo contrario. Salvando las distancias, se ha llegado a decir lo mismo de John Lennon, sobre todo del Lennon que quedó perplejo y turbado luego de escuchar en 1965 el estreno de “Like a rolling stone”. Joaquín Sabina, por ejemplo, asegura que la mejor canción del siglo XX es para él, (y lo dice sin dudar), “Knocking on heavens door”. Tanto, que en una de sus últimas presentaciones pudimos oír la introducción instrumental de aquel tema, (maravilloso por cierto) haciendo las veces de prólogo de “¿Quién

Pasaron las grullas...

"Se necesitan verdades acerbas, medicamentos amargos…” (Mijaíl Lermontov, poeta ruso, 1814-1841) Napoleón sospechaba que “algo más” acompañaba al soldado ruso en el combate. Una especie de “doble” irreductible, un alma imposible de vencer. Lo mismo habrán pensado las numerosas divisiones del ejército nazi que sucumbieron sin haber logrado quebrantar la resistencia de las tropas soviéticas y del pueblo de Stalingrado en la cruentísima batalla que decidió el curso de la historia y el destino de la humanidad. Precisamente, la Gran Guerra Patria, como la siguen recordando en Rusia, no solamente ha dejado una huella imborrable en la memoria de esa nación, sino que también ha contribuido a alimentar el mito y la leyenda de eso que llaman el “alma rusa”. Difícil de explicar, el nervio principal del alma rusa posee un aspecto relacionado directamente con la tristeza como tránsito de expiación y fortalecimiento del espíritu. “¡Ay, Dios mío! ¡Qué triste es nuestra Rusia!”, se