De entre toda la insuperable literatura borgiana, siempre vuelvo a solazarme con aquella genial introducción del relato "El atroz redentor Lazarus Morel" que da inicio al libro "Historia universal de la infamia". Para resumir, Borges refiere allí - echando mano a su deslumbrante naturaleza irónica - aquel episodio en el que a principios del siglo XVI, el dominico Bartolomé de las Casas le envía una carta al entonces emperador Carlos V narrándole las penurias de "los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas." Borges, estableciendo parámetros de razonamiento dialéctico, dice allí que "a esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos". Por ejemplo, entre otras cosas que enumera el Maestro, están "los blues de Handy", "los quinientos mil muertos de la Guerra de Secesión", "la estatua del imaginario Falucho" (¡Ja!, qué culeado), "la habanera madre del tango&
"Mi Gardel de cada domingo tomando mate en el patio junto al malvón" incluye hoy no solamente una breve anécdota con el gran maestro Jorge Luis Borges, sino la mención de un poeta colombiano hoy ya casi olvidado: Alejandro Florez Roa, quien lamentablemente vivió muy pocos años, a fines del siglo XIX. Entre los exotismos que exhibe la discografía completa del Morocho, encontramos ni más ni menos que seis obras de origen colombiano, de las que acaso "Rumores" (en origen un bambuco que fue grabado como un tango), sea la más reconocida por los gardelianos. Las otras cinco son: "Mis perros", "El vagabundo", "Mis flores negras", "El brujo" y "Asomate a la ventana". Esta última justamente, sobre versos de Florez. El historiador "paisa" Luciano Londoño López, refiere un hecho muy particular acontecido un 18 de noviembre de 1978, cuando luego de una conferencia brindada por Jorge Luis Borges en la ciudad de Medellín