“¡Dios mío! ¡Qué
triste es nuestra Rusia!”
(Aleksandr Sergeievich Pushkin)
QUE MOSCÚ ESTÁ CUBIERTO DE NIEVE
Me han
dicho que al borde del camino
nace
un bosque
y que
acaso más allá del bosque,
un río
se ha hecho piedra.
Yo
solamente veo
nieve
sobre nieve.
Ni
camino,
ni
bosque,
ni
río,
ni
techos,
ni
ventanas,
ni
relojes.
Sólo
nieve sobre nieve.
Un día
más
sin
saber adónde se ha ido el mundo.
Moscú, Rubliovsky Kvartal, Febrero de 2009
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PERROS DE RUBLIOVO
Hay
que temerle a los perros del bosque de Rubliovo.
No son
perros.
Tampoco
lobos.
Como
decirlo...
Tienen
cinco patas,
un
séquito de cuervos blancos
y una
soledad
muy
parecida
a esos
colmillos
que
les crecen desde el vientre.
Hostiles.
Casi
perros.
Casi
lobos.
¿Quién
puede saber qué cosa son?
Comen
lo que pueden:
una
mano,
los
ojos de la luna,
una
costilla de oso,
o las
sobras de una vieja miserable.
Da
miedo esta ciudad sin ladrones,
sin
asesinatos ni secuestros.
Pues
nadie sabe a ciencia cierta
qué
cosa son esos animales,
esos
animales.
Es
más,
nadie
sabe dónde empieza
y
dónde termina el bosque de Rubliovo.
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NO LE SIENTA BIEN
Ni la
moda italiana.
Ni
el balshoi gum.
Ni el
champansky de la France.. .
Ni el
dólar a treinta y seis con cuarenta.
Nada.
Ni la
crisis,
Ni los
mensajes de texto.
Ni el
glamour europeo.
Ni
esas lujosas machini
de los
nuevos ricachones.
Nada
le sienta bien.
Se le
nota en la cara,
en el
sexo congelado
de las
muñequitas del Metro...
Nada
puede sentarle bien
a una
ciudad que ha olvidado una bandera y un himno.
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CAMARADA
¿Se acuerda de mí Camarada Panfilov?.
Compartíamos la misma trinchera,
allá lejos,
en la gloria y el infierno de Kursk.
Yo perdí mi ushanka persiguiendo al enemigo
cuando en la retaguardia
tronaba aún la rabia púrpura de nuestros Katiushas.
Éramos un torbellino de grullas
asaltando los dominios de la muerte.
Lucíamos, usted recordará,
una estrella de ardiente nácar en la frente.
Pero la primavera, ya hace tiempo,
ha borrado las huellas de nuestras botas en la nieve.
Y quiero decirle querido Camarada
que no es la ushanka lo que lamento haber perdido.
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ELLA, LA UTOPÍA
Después
de andar muchos siglos
y emancipada
ya del todo,
(incluso
de
aquellos hombres que la habían soñado tanto),
se
detuvo por única vez
y bramando
a los cuatro fuegos
proclamó
que ella,
la
demorada, la imposible,
no
había nacido para ser la puta de nadie.
Alejandro Szwarcman, de "Poemas y otros atajos", Colección Mandrágora Porteña, Año 2015
Ilustración: Konstantin Korovin, "Zimá", 1911
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